¿Conoces el mito de Sísifo? Un chico trans nos cuenta qué ocurrió en su época de instituto

¿Conoces el mito de Sísifo? Fue castigado a rodar una enorme piedra cuesta arriba que cuando llegaba a la cima, volvía a rodar hacia abajo, un trabajo repetitivo y sin sentido cuyo esfuerzo, al llegar arriba, terminaba siendo inútil pues siempre volvía al punto de partida. Me gusta comparar ésta experiencia personal con el mito de Sísifo y ya veréis por qué.

Todo ésto ocurrió en 4°ESO (actualmente curso 2°BACH). Recuerdo la ESO con mucho dolor, fue una etapa llena de burlas y bullying por mis gustos en dibujar y porque siempre he sido muy tímido y despistado. Pero la gota que colmó el vaso ocurrió justamente el último año de ésta etapa.

Me encontraba en la optativa de emprendimiento, escuchando al profesor explicar nuestro proyecto que serviría de evaluación para el primer trimestre : una campaña de sensibilización. ¿De qué? Pues de cualquier tema que considerásemos que necesitara cambio en la sociedad y atención por parte de los jóvenes. Siempre he sido muy tímido y además, nadie nunca se me ha acercado a hablar ni entablar amistades, era un poco solitario y por eso me tocó hacer el proyecto solo mientras que todos los demas de la clase tenían su grupito. Pero me daba igual. Ya sabía lo que quería hacer.

Para aclarar : soy un chico trans y bisexual que aún vive en el armario, mi familia es muy «-fóbica» no sólo con el colectivo LGBT+, ya me entendéis.

Mi idea : una campaña se sensibilización contra la LGBTfobia y de educación sobre las identidades sexuales y de género que pertencen a éste gran colectivo. ¿Quién mejor para hacer un proyecto sobre la comunidad que una persona que pertenece a la comunidad? Sí, estaba y estoy en el armario, pero me relacionaba mucho con personas del entorno por internet y estaba más que informado sobre la diversidad de identidades y experiencias en la comunidad, y lamentablemente muy familiarizado con las microagresiones en mi día a día.

Una semana para hacer el «esqueleto» del trabajo nos dieron, una vez recopilé suficiente contenido, lo enseñé al profesor (un poco asustado), pero a él le pareció una buena idea y me dió el visto bueno. Así nos dieron una semana y media más para realizar nuestro proyecto final. Una de esas semanas nuestro profesor nos comunica que podemos presentar nuestro proyecto a un concurso de emprendimiento, los mejores proyectos serán presentados a un equipo de emprendedores que elegirán a uno para participar a nivel nacional en otro concurso de proyectos en el que tienes la oportunidad de que lo financien y te asesoren para ponerlo en marcha. A todos les pareció una idea guay, y bueno, todos se presentaron al concurso, yo incluido.

¿Te imaginas? Un joven activista liderando una campaña contra los prejuicios, la desinformación, los tabús, allí inspirando a muchos otros jóvenes para dar el paso. En mi mente sonaba muy bien. No sabía lo que me esperaba.

El primer paso del concurso era presentar tu trabajo final a la clase un año menor, a 3°ESO. Luego también podías exponer en 2°, 1°, y hasta 6° de primaria. Con suerte hasta en infantil. Todo dependía de lo bien que hicieses el trabajo.

Antes de que el tope de realización del trabajo final llegase, imprimí unos mini cuestionarios que planeé repartir en la clase de 3° para ver cómo estaba la situación y en qué puntos debía indagarles más. Preguntas como «¿Si tu mejor amigo/a te dijese que es gay o lesbiana, seguirías siendo su amigo/a?» «¿Conoces las identidades nobinaries?» «¿Piensas que ser gay necesita cura?» Entre otras, y después de obtener unos alarmantes resultados de intolerancia y desinformación, me puse manos a la obra.

Así que después de tener mi segundo visto bueno de mi trabajo final al que dediqué días y noches enteras en pulir y redactar, pedí a la profesora de 3° si podría prestarme su hora anterior al recreo para exponer, y con gusto accedió.

Ahí estaba yo, un Martes con mi pendrive en el puño esperando a conectarlo al ordenador de la clase para que todos los vieran.

Y silencio. Era mi hora. Tomé aire y conecté el pendrive. Una enorme bandera arcoíris se proyectó en la pizarra, y me dispuse a exponer.

Fue una hora que pasó volando para todas las cosas que les conté. Les hablé de todos los países en los que pueden matarte o encarcelarte por ser gay, les hablé de las agresiones, las microagresiones, la razón de éstas, estudios sobre el suicidio, el desempleo, testigos de personas reales que han sufrido de ello. Les hablé sobre algunas de las muchas identidades que desconocían, desde lo más profundo de mi corazón y con toda la pasión del mundo les impartí todo lo que sabía, con la esperanza de al menos sembrar la semilla del cambio en sus cabezas. Con la esperanza de que, si alguien de ese aula pertenecía al colectivo, se sintiese escuchado o escuchada.

Obviamente no todos eran tan cerrados de mente, una chica levantó la mano y expresó su indignación de que hoy día aún se discriminase a las personas por su orientación sexual, y otro chico explicó que cada vez que sus amigos usaban «gay» como insulto, él les regañaba. Y a mí me pareció muy bien, pero por parte de los que ví con un poco de cara de asco no oí nada.

Llegó el recreo y todos salieron del aula, me disponía a recoger mis cosas cuando oí a un par de chicos murmurar «los putos gays estos…» al pasar por mi lado. Les llamé la atención pero pasaron de mi cara. La profesora no hizo nada. Ese día me fuí a casa algo confuso. Sin saber cómo lo había hecho o si habría funcionado. Pero ya no podía dar vuelta atrás. Simplemente deseé haber encendido aquella bombillita del cambio en todos ellos, por mucho que tardasen en darse cuenta.

Esa misma semana mi profesor me propuso exponerlo a la clase B de 3°ESO, y al hablar con la profesora del curso, me prestó también su hora del Martes siguiente antes del recreo. Fue mi oportunidad para rebobinar, con chicos y chicas distintos. Cambié y añadí un par de cosas más al Power Point y preparé unos «flashcards» y una actividad de teatrillo para que se pusiesen en el lugar de una agresión homófoba y ejercitasen su empatía. Muy emocionado llegó el Lunes de aquella semana. Ese Lunes, me llamaron al despacho de la directora.

«¿Qué ha hecho?» «Se habrá metido en un lío.» Todos murmuraban mientras yo caminaba hacia el pasillo, sintiendo como si el corazón se me fuese a salir del pecho. Nunca he sido un chico problemático, jamás me han llamado a ningún despacho de nadie porque no suelo destacar, ni para bien ni para mal, así que te puedes imaginar lo nervioso que estaba.

Al entrar en aquel gran despacho, encuentro a la directora siendo extrañamente amigable conmigo.»Verás, es sobre tu trabajo de emprendimiento, te has presentado al concurso éste ¿no?» Nada me podría haber preparado para lo que me dijo, aún con esa «amigable» sonrisa en su rostro.

«Es que no puedes participar más.»
¿Cómo? Por un segundo pensé que estaba bromenado y no reaccioné mientras ella seguía :
«Mira, que yo no tengo ningún problema con tu trabajo pero es que me han llamado algunos padres de la clase de 3° A, ¿es verdad que les has dicho que tienen que ser gays? También se han quejado de que les has dicho a sus hijos que los LGBT son mejores y que todos tienen que ser transexuales. ¿Es cierto eso?»
Por un momento quise gritarle a la directora pero eso me metería en un lío de verdad, me dispuse a simplemente decir «no» y explicarle que todo lo que quería hacer es enseñarles en respetar a los demás y no tener prejuicios.

«Ya veo, pero bueno, aún así no puedes seguir exponiendo, es que a parte de eso es un tema muy controversial y puede dañar la imagen del colegio, ¿sabes? Me parece muy bien que quieras ayudar pero es que es un tema un poco delicado, ya he hablado con tu profesor para que lo tenga en cuenta.»
Y del enfado pasé a la tristeza. A las ganas de llorar y berrear en su cara. A las ganas de preguntarle si de verdad pensaba que las vidas humanas eran un «tema controversial». Si mi vida lo era.
«No te importa,¿no?»
Claro que me importa.
«No, no pasa nada, lo comprendo.»
«Bueno pues venga, sube a la clase.»

En realidad no lo comprendía, no comprendía por qué habían dicho esos niños y niñas de 3° esas mentiras sobre mí. ¿Lo habrían interpretado mal? Pues qué mal debían haberlo oído para confundir mi trabajo con un discurso diciéndoles que ser gay era «mejor». O tal vez lo habrían hecho por maldad. No lo sé, y a día de hoy sigo sin saberlo. A día de hoy aún me indigna.

Intenté hablar con mi profesor por si podía hacer algo pero dijo que no, tampoco lo ví con mucho interés de ayudarme. Mientras el resto se disponían a continúar exponiendo, yo no hacía nada. La roca que subí a la cima había vuelto a rodar hacia abajo, y como Sísifo me postro ante ella para subirla de nuevo, ¿con qué propósito? ¿Para que vuelva a caer? ¿Para que mi esfuerzo haya sido en vano de nuevo? Todas las ideas que tenía rotas, perdidas, quemadas. Toda mi ilusión desapareció y toda mi esperanza fue arrebatada de mis manos, la poca que me quedaba.

Me siento culpable por seguir en silencio. Por seguir encerrado y por seguir oculto, por hacerme emails alternos y tener que ir de anónimo incluso en espacios que sé que me aceptarán. Pero desde ese momento reconocí que nada de lo que haga servirá, porque es mi tortura, subir y bajar la piedra una y otra vez sin propósito real alguno, vivir en una prisión a la que oso llamar cuerpo y con un cartel erróneo del que la gente se sirve para nombrarme.

Y aunque lo intente cambiar, de nada servirá, por que es un tema muy controversial ¿no es así?

Pido a todos y todas que esten leyendo ésto que si pasan por algo similar no se callen como yo lo hice. Me falta sangre y cojones, lo admito. Plantad vosotros la semilla del cambio para que podamos ser libres.

Recuerda que te van a querer. Seas como seas, te van a querer. Aunque no sea tu familia, alguién lo hará, confía en mí.

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